Hoy va de huevos y doble fila...

Por Juan Cato
Por Juan Cato

No se si empezar esto con una cita de folclórica del tipo “yo me debo a mi publico” o citando a María Isabel, “no me toques las palmas que me conozco”. El caso es que el lunes anduve tertuliando con dos ilustres, uno catedrático, el otro filósofo, entre otros y variados méritos, y en un momento se me sugirió la idea de que desarrollara un poco el “tema” de la doble fila y yo, ya está dicho, que con poquito me vengo arriba me puse a ello.

 

Y eso me propongo, desarrollar  el “tema” en cuestión, entendiendo por tal una “proposición o texto que se toma por asunto o materia de un discurso” como nos dice la RAE en la primera acepción del término. Lo hago de manera temerosa, intentando evitar en la medida de mis posibilidades, la novena acepción que da la RAE para lo mismo, el tema, idea fija que suelen tener los dementes

 

Porque yo que soy mucho de mezclar cosas y no necesariamente en un vaso, creo que la doble fila mezcla bien con las cacas de perro, ya tratadas con anterioridad en otra entrada, es más me atrevo a afirmar que unos y otros pertenecen a la misma caterva, incluso si fuera Luís Garicano, pensaría que son de ese tipo de gente que ni saben inglés, fíjate.

 

La doble fila es una práctica muy extendida en la capital del reino y la tenemos de diversas modalidades. Está la del tipo “es un momentito” (si, los de la doble fila utiliza el disminutivo, saludito, besis, hasta lueguito y por ahí) para dejar a los niños en el colegio, hacer un mandado en la farmacia o comprar el pan en la tienda de coloniales. También tenemos la doble fila de reparto que suele proceder de furgonetas y camiones ligeros. Y, ya por último, aunque hay más categorías, la que se instala en las puertas de restaurantes, bares y discotecas con una prevalencia del cuatro por cuatro sobre cualquier otra tipología de vehículo y gestionada por un señor que responde al nombre de “aparca”.

 

No justifico las dos primeras, si tengo tiempo serán objeto de la entrada correspondiente, pero hoy y ahora me quiero centrar en esta última. La doble fila a la puerta de los restaurantes y diversos locales de ocio porque creo que tienen un perfil muy definido, es gente superficial, camastrona, poco cívica y con querencia a los huevos. Me explico, o lo intento.

 

Es gente superficial porque el gentío que hace uso de esta práctica no va nunca al fondo del problema, ellos creen que con estar pendientes del claxon basta y no, amigos, no basta, el que toca el claxon molesta al vecino que está arriba ,vecino que, quizás, esté durmiendo y al que el molesto claxon viene a turbar sus sueños o pesadillas que de todo habrá y que una vez interrumpidos se acuerda del padre, o la madre,  del que toca el claxon. Me recuerdan un poco a mi amigo Gorka que se quejaba de las manifestaciones de Basta Ya porque no le dejaban llegar a su casa donostiarra. Y es que no hay nada como poner la nuca en silencio.

 

Además de superficial es gente camastrona. Viví hace años en la plaza de Los Carros del Madrid más castizo y burlón, todas las noches lo mas granado de la sociedad (Toma, topicazo que acabo de soltar) dejaba sus llaves al “aparca” mientras ellos pagaban a precio de constructor de principios de siglo los huevos estrellados de Lucio. Políticos, intelectuales, empresarios y bajo lumpen hacían generoso uso de esta práctica, incomodando a vecinos y viandantes; pero eso no debía de importar demasiado, nuestra tele pública recompensaba y recompensa generosamente al restaurador en forma de publirreportajes con cualquier excusa, y es que pudiendo poner huevos a la cosa, para qué vamos a poner civismo. A escasos metros hay un parking público, no parece que las tarifa del parking cuando pagas por los huevos lo que cuesta la entrada de un pisito apañado sean la razón de su poco uso; sino la comodidad. Esa gente acomodaticia, incapaz de andar dos metros con lo bien que vendría a su elevado nivel de colesterol. Gente superficial, camastrona  y con gusto por echarle huevos a la vida, ya digo.

 

Anduve yo el viernes pasado cenando con amigos de la era pretwitter y en un momento dado uno soltó eso tan socorrido de “nos falta un proyecto de país”. A  mi cuando me sueltan esas cosas pido el sombrero y el bastón; pero esta vez me contuve por eso de no hacer un feo ahora que nos vemos en Facebook y lo que me temía pasó, me pidieron opinión. Solté que las cacas y la doble fila dan como para un "proyecto de país" e incrementé mi estrafalaria leyenda. 

 

Un país que recoge sus cacas de perro y que no aparca en doble fila emociona a cualquiera; luego ya, si eso, organizamos olimpiadas, cambiamos la Constitución o nos integramos o nos desintegramos territorialmente, pero primero, lo primero, al tema.

 

Porqué un país donde nadie aparque en doble fila es un país educado, un país con un nivel medio de formación que, a lo mejor, no habla idiomas; pero que sabe como comportarse, un país como para presentar a amigos y conocidos, un país culto, vamos, porque un país culto es un país civilizado y en un país civilizado se pueden hacer mucho.

 

Se puede garantizar que es un país que prima la convivencia a la comodidad o sea que no es un país camastrón. Y en un país poco camastrón dan ganas de hacer cosas, de pensar cosas, de impulsar cosas, de inventar cosas. En los países camastrones, en cambio, se sestea, se espera que las cosas las haga otro y cuando te pillan silbas, miras para otro lado y apelas al socorrido “me tienen manía”. Y, claro, un país guiado por las manías da como para inventarse conspiraciones y con esas invenciones nos guiamos y de la conspiración a la superstición hay un paso, un paso pequeño, porque cuando la superstición se instala uno piensa que la multa por aparcar en doble fila no es una cuestión de convivencia, sino de mala suerte y ante la mala suerte lo mejor es …  echarle huevos. ¿Qué si no?

 

Y la gente que pone huevos a la vida es muy de liderazgos, pero eso da para otra entrada.

 

Salud,

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