Sobre la cultura y la dignidad

Leo en el Confidencial un artículo. ¿Qué es el éxito cultural?, empieza preguntándose y acaba concluyendo que “el éxito cultural es la dignidad. No el precio”

 

Entre medias van apareciendo y desapareciendo términos como, éxito, radical, medible, cuantitativo, cultura de masas, accesibilidad, corto y largo plazo, vocación, industria, marketing (¡Marketing!), mercancía efímera. Conceptos que dan , cada uno por su lado y por derecho, como para un libro gordo y bien encuadernado.

 

A mi, por eso de que cuando me tocan las palmas, me ha llamado la relación entre cultura, mercado, marketing y aledaños.

 

La cosa tiene su aquel porque tendríamos que empezar definiendo lo que entendemos por cultura y si hacemos caso a esa enciclopedia contemporánea que es Wikipedia, en el año 1952 Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn compilaron una lista de 164 definiciones de "cultura" en su libro Cultura: Una reseña crítica de conceptos y definiciones.

 

Más de centena y media de definiciones sin contar las que se hayan sumado desde entonces. Mal podemos medir el éxito de algo que no sabemos qué es o que, al menos, hay 164 maneras de definirlo. Acudo a la RAE, lugar donde siempre acudo cuando no se donde acudir y me encuentro que el diccionario distingue entre cultura y cultura popular. La primera en su segunda acepción es el Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. Y la cultura popular es “Conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo”. Una cultura orientada a la formación del juicio crítico y otra concebida como forma de expresión. Interesante debate, o no, la cultura como educación y la cultura como comunicación, alta cultura versus cultura de masas, ay. Una que aspira a modelar el futuro y otra que aspira a expresar el presente.

 

Esta dualidad está en todo el artículo, hay que huir de lo cuantitativo como identificador del éxito cultural, porque eso contribuye a extender la idea de que la cultura aceptable es la cultura de masas, que es uno de los grandes problemas de las sociedades contemporáneas” nos dice José María Lasalle. Si uno de los problemas de las sociedades contemporáneas es aceptar la cultura de masas como cultura me quedo con las ganas de saber qué criterio sigue el Secretario de Estado para distinguir una y otra, ¿se esté refiriendo a qué una cultura forma y educa y otra sólo comunica?, no entiendo, entonces, porque la cultura de masas no tiene que aspirar a formar un juicio crítico. Quizás, se esté refiriendo a la cultura capaz de consumirla una élite, frente a la cultura de masas, capaz de consumirla todo el mundo, quizás, ya digo.

 

Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía introduce otra dualidad, la cultura del largo plazo y la cultura del corto plazo, “es un trabajo de largo plazo, como todo lo que tiene que ver con la educación”. Cultura que forma y educa a largo plazo y cultura de masas o de consumo rápido.

 

Al periodista se la ponen botando para apuntalar “el largo plazo es algo que no entiende el mercado

 

No se qué opinaran los de Patek Philippe de esto cuando dicen "adquirir un Patek Philippe es convertirse en depositario de una tradición artística y científica cuidadosamente transmitida a través del tiempo y que continuará infundiendo excepcionales creaciones relojeras"

 

Pero bueno, ya tenemos, en opinión del periodista, la diferencia entre una cultura, la alta cultura que procura “desarrollar el sentido crítico”, educar vaya, de la que no podemos medir el éxito, al menos no a corto plazo y que debe de quedarse al margen de los mecanismos del mercado; y otra cultura, la cultura popular, de mercado, la cultura de consumo rápido.

 

A mi que siempre me ha interesado el diálogo que se genera entre lo que producimos y lo que consumimos, producción y destrucción; consumo, si mis recuerdos de latín no me han traicionado, viene de consumere que significa gastar o destruir, me parece que la línea entre una y otra es difusa y peligrosa. Se autoproclama alta cultura aquella que huye del mercado y que en su afán por intentar ser diferente y evitar el “mainstream” cae en lo que se quiere evitar y no hay nada más pro mercado que la cultura que intenta huir del mercado, como explican los canadienses Joseph Heath y Andrew Potter en su libro, Rebelarse vende: el negocio de la contracultura, uno de mis “clásicos”.

 

Ya sabemos que “la disconformidad es ahora un valor positivo. La anomalía es la conformidad. La distinción entre ortodoxia y heterodoxia hace tiempo que se ha quebrado y cualquiera desea hoy ser anticonvencional, heterodoxo, nos dice Daniel Innerarity. La disconformidad es  “como hacer topless en una playa nudista” que dice un amigo.

 

Si encima medir el éxito de la cultura de masas es fácil, éxito es lo que se vende; mientras que en la alta cultura es difícil, ¿cómo medimos si ha desarrollado alguna manifestación artística el sentido crítico? , con la excusa de la dificultad algunos aprovechan el resquicio y revisten de dignidad el fracaso, “el éxito cultural es la dignidad. No el precio”. Estoy de acuerdo en que no todo lo importante se puede medir; es una evidencia, pero esa dificultad para establecer el retorno abre la posibilidad a que en nombre de la alta cultura se hagan auténticos bodrios, ¿radicales? Que buscan el escándalo fácil y encima visten de minoritario y exclusivo lo que sólo es "más de lo mismo"

 

Un par de líneas más adelante aparece Javier Gomá (personaje que me interesa más que el secretario y el director del museo) y distingue entre un producto de vocación y uno de mercado. Como me conozco el paño, un producto de vocación es para Javier un producto en el que convive “una cierta idea del todo” con el “apremio de producir un objeto que la incorpore y le dé soporte”, un producto de vocación es el que “no persigue función utilitaria alguna…” Me cuesta más encontrar y definir que entiende Javier por un producto de mercado, parece que un producto de mercado es el que produce la industria cultural, esos “productos diseñados por los departamentos de marketing de las editoriales

 

Si damos esta interpretación por válida, que quizás es mucho dar, un producto de vocación es aquel en que conviven en una misma persona la “idea del todo” y la capacidad de producirla; mientras que los productos de la industria son aquellos en que la idea parte de un “departamento de marketing” y la producción se deja en manos de un virtuoso, o varios, que dan soporte a esa idea.

 

Un producto de vocación es aquel al que “una persona dedica las mejoras horas del día, los mejores día del año y los mejores años de su vida a producir algo que nadie le ha pedido” y como la vida no da para ir cambiando mucho de “ciertas ideas del todo” estos productos en los que visio y missio se juntan en una misma persona tienen que ser por fuerza perennes, perpetuos, con vocación de permanencia (¿existe otro tipo de vocación?).

 

Los productos de mercado, en cambio, son efímeros. Hay muchos departamentos de marketing por ahí, hay muchos tipos con ideas (aunque se parezcan mucho a las de al lado) y por cada idea encontraremos multitud de virtuosos con competencia suficiente para dar forma a las sucesivas visio de otros y aunque a Javier le sorprenda no es extraño  encontrarnos con “personas con vocación que se dejan contaminar por la lógica de la industria cultural: ser famoso, estar en los medios, etc” , claro, son personas que han renunciado o son incapaces de encontrar una nueva visio que oriente su talento creativo o que nunca la han tenido; pero en cambio ponen sus habilidades, su missio, al servicio de las visio de otros. La inspiración se agota antes que la técnica. Así nos encontramos con que una única visio, una idea que parte de la industria, una moda, alimenta muchas missio, en función del “objeto elegido para dar forma a la visión, pintores, compositores, escultores, literatos, ¿filósofos?, incluso si tenemos ansias de grandeza se habla de movimiento.

 

Esa división entre perenne y efímera si me parece interesante. Es la diferencia que va del deseo al capricho en palabras de Jose Antonio Marina, pero no veo la conexión entre una y otra con el mercado y el consumo.

 

En el artículo a menudo se utilizan como sinónimos, productos de la industria cultural, productos de mercado y productos de consumo. ¿No hay productos vocacionales que se consumen?, en cambio, ¿no hay productos industriales que no se consumen nada?. Que los productos vocacionales “no persigan función utilitaria alguna excepto la de prestar consistencia, coherencia, fijeza y perduración a la visio y así ponerla con carácter permanente a disposición de uno mismo y los demás” no les invalida para el consumo , alguno de estos productos se gastan y se destruyen atropellados por el paso del tiempo o por la realidad, aunque el artista los conciba como permanentes, es el público (¿el mercado?, entendiendo este como cualquier intercambio entre individuos) el que les da esa categoría, o no, en la medida en que le sirva para explicar mejor su idea del todo. Un producto cultural, vocacional o industrial, permanecerá en la medida que sirva a la sociedad para explicarse mejor.

 

Mi desarrollo intelectual seguro que no es muy elevado, pero mi vida sería más triste y, probablemente me entendería peor, sin Thelonius Monk, o sin Lou Reed; aunque creo que aguantaría el sacrificio de vivir sin escuchar el anillo del Nibelungo nunca más. (No he conseguido que me explique nada, al menos no mejor que Juego de Tronos, y disfruto más con esta última )

 

Creo que bajo la denominación de cultura conviven como pueden productos de muy diversa índole y condición, ¿antagónicos?, no creo que necesariamente, pero si con objetivos diferentes. Algunos muy dignos con inclinación al consumo rápido y la producción en serie y otros, dignos e indignos, con vocación de permanencia. Otra cosa es que seamos incapaces, al menos yo lo soy, de consumir con la rapidez que la industria requiere las incontables "missio" de la misma "visio". La producción en serie es lo que tiene, produce mucha cantidad de manera rápida, encontrar un mercado con ganas de consumirlo es mas complicado, por eso no veo clara la conexión, industria, mercado y consumo. Una cosa es la producción cultural (oferta) y otra el consumo (demanda), una cosa es el artista y otra “su público”, al menos que tu vocación sea que la obra permanezca encerrada bajo un porrón de llaves y no explique nada absolutamente a nadie, salvo a uno mismo, apuesta loable también, faltaría.

 

Los del marketing hemos estado mucho tiempo enredados en la relación entre consumo y necesidad. Todavía algunos siguen ahí con que si nos manipulan para crearnos necesidades y consumir cosas que no necesitamos. Afortunadamente hace años que Braudillard nos sacó del atolladero “El consumo no es ese modo pasivo de absorción y de apropiación que oponemos al modo activo de la producción para poner en equilibrio esquemas ingenuos de comportamiento (y de alineación). Hay que afirmar desde el principio que el consumo es un modo activo de relación (no sólo con los objetos, sino con la colectividad y con el mundo), un modo de actividad sistemática y de respuesta global en el cual se funda todo nuestro sistema cultural”

 

Consumimos para para relacionarnos y sólo consumiremos cultura, vocacional o industrial, en la medida que nos sirva para expresarnos y para explicarnos  “La edad moderna estaba obsesionada por la producción y la revolución ,la edad posmoderna lo está por la información y la expresión” (Lipovetsky). Habrá productos vocacionales que en la medida que nos sirvan para expresarnos serán consumidos y otros industriales que no. Habrá productos vocacionales que serán consumidos masivamente y productos industriales muy minoritarios, aunque por pura estadística los primeros serán menos masivos que los segundos.

 

Pero que algo sea masivo y rápido no quiere decir, necesariamente que sea malo, ni indigno, como me ha parecido que sugiere el artículo. La cultura actual, vocacional o industrial, tiene un camino , muy interesante en mi opinión, que recorrer, el camino que parte de la vulgaridad actual a la que nos ha llevado la igualdad y la libertad actual y que llega, o se dirige más bien, hacia  la  “mayoría selecta”.

 

Y, por ultimo (Ya por fin termino) habrá productos vocacionales que no formen absolutamente a nadie que no generen conocimiento que no “cuestionen las ideas recibidas y promover las nuevas formas de relación social”; ¿alguien puede decir que la Catedral de Justo, no es vocacional?, ahora no creo que aporte nada al conocimiento; en cambio pocas cosas mejoran una tarde escribiendo tonterías de consumo rápido, como estás, mientras suena Lou Reed y su lado salvaje de la vida. No pienso cobrar por ellas, pero eso no las hace más dignas.

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